
Tenía la sensación de que se le escurría entre las ranuras de los dedos
no de ahora sino de siempre
sin embargo, no era acuoso ni huidizo.
Era ella, y las circunstancias que la empujaban
y la volvían incapaz de acariciar a sabiendas aquel puñado de río puro
tan natural, tan prístino, tan imposible de adulterar.
Un día lo dejó siendo niño y cuando volvió le atemorizó
aquel estruendo de voz, los gestos distintos: la alquimia de la adolescencia le había
despertado al amor, al disfrute, al esfuerzo de empezar a construirse
y ella no había estado ahí como en la infancia cuando tuvo miedo y le apaciguó
o un secreto y se lo guardó.
No había estado en aquel tránsito que suponía doloroso, nadie a su lado para compartir nada;
sólo la diferencia, la brecha generacional
le hubiera gustado ser un par de brazos para taparla y aminorarla
Se sentía culpable, y era una pesadilla recurrente.
Ahora otra vez lo sentía
y él seguía estando ahí, tan limpio como permiten las decepciones
pero las circunstancias abocaban de nuevo a la incomunicación.
La algarabía de los hijos, sus juegos, sus risas;la casa, el trabajo, el reloj;
eran ahora la barricada entre ellos.
Pero, ¡se acabó¡
Estaba dispuesta a disfrutar de su presencia íntegra:
su mirada, su sonrisa, sus enfados, sus alegrías, sus silencios......;
se recrearía en todos los indicios de su presencia
y los degustaría lentamente
iba a empezar a ser salvajemente consciente de aquella existencia
y, ¡estaba decidida¡, así aniquilaría la destructiva sensación de pérdida.
¡El estaba ahí¡
SER, EXISTIR, VIVIR
un regalo que nada le impediría apreciar.