Cada mañana bajo aquellos tilos
respiraba profundamente.
Cuando tenía la suerte de no cruzarse con ningún otro caminante
cerraba los ojos mientras inhalaba.
El momento se volvía así, bajo los párpados, más íntimo y necesitaba desesperadamente sentirlo de esa manera para buscar una cercanía que el paso incruento de los días, semanas y meses, le arrebataba sin piedad.
El discurrir del tiempo se estaba llevando muy lejos a su amor perdido.
Pero cada amanecer bajo aquellos tilos mientras henchía sus pulmones sentía una intensa fusión con una ausencia que se volvía presencia.
Tan presente que mientras los variables aromas matinales del tilo pasaban a formar parte de sus entrañas sentía las de él con una certidumbre que esta vez le había puesto el corazón a galopar...
Encadenó respiraciones sin despegar los párpados y en unos segundos de eternidad se sintió célula de su torrente sanguíneo, y en los rápidos de sus arterias, se perdió hasta la profundidad de sus ventrículos, saltó por sus aurículas y salió disparada hasta la grandeza de sus neuronas. Sintió toda su energía, abrigándola, y lanzándola a un espacio íntimo y grandioso que su ausencia quería cerrar a cal y canto.
Por eso cada mañana bajo los tilos y , si nadie la miraba, con los ojos cerrados, rebosaba sus pulmones y hallaba una llave que tras vadear ríos de sangre aún la dejaba desembocar en la catarata de su alma. Un espíritu cada vez más lejano y silencioso pero igual de arrebatador..