Hay un momento al comenzar el anochecer en el que reina el silencio. Entonces, se siente tan de cerca la calma que crea expectación. Es el momento de cerrar los ojos y abrirse para empezar a notar el susurro del viento que sale del bosque para ulular en el alma. Es la oscuridad natural que libera. La "enlatada" me asfixia. Por eso, por favor, deja unas rendijas para que entre la luz.

sábado, 28 de septiembre de 2013

LA ALDABA DEL OTOÑO


Con un puñado de arándanos desecados en la mano.
Sobre la mesa, una copa de blanco, tan transparente como ensoñador.
Estaba llegando el otoño.
Llovía tormentosamente después de varias semanas. La humedad había refrescado el ambiente de la habitación y en sus oídos soplaban vientos ábregos otoñales.

Necesitaba aquella sensación de incipiente fecundidad sobre una tierra se supone agostada.
Sobre su piel apenas sentía algo.
A su alma la encogía el miedo.
Cada vez que respiraba se reconectaba.

Una pregunta..........?
Sólo era capaz de visualizar un signo interrogante descomunal contra un cristal tapizado de gotas a las que no dejaban ser las sacudidas del viento.
Una respuesta.........?
Se las llevaba el mar al fondo del océano y cantaban las ballenas con ese lenguaje tan ajeno a este mundo que estremece.
¿Y qué sentía?
Un torbellino sin respuestas...Un cataclismo emocional...Algo antihumano o contrahumano de tan esencialmente humanoide...Porque ¿qué es lo más cercano y lo más alejado a este género existencial?

Un auténtico desbarajuste como principio. Reir y llorar, y cantar y enmudecer y sentirse profundamente culpable...La culpa de pensar demasiado en ella, de perderse por laberintos prohibidos, de buscar lo inencontrable...

Hartura de sentir y de tanto hartazgo, la inmovilidad.
Agitada en la parálisis por unos cantos de alondra al oído
en aquella tarde oscura
en la que el otoño golpeaba una aldaba
¿llamando a qué?