Hay un momento al comenzar el anochecer en el que reina el silencio. Entonces, se siente tan de cerca la calma que crea expectación. Es el momento de cerrar los ojos y abrirse para empezar a notar el susurro del viento que sale del bosque para ulular en el alma. Es la oscuridad natural que libera. La "enlatada" me asfixia. Por eso, por favor, deja unas rendijas para que entre la luz.

sábado, 18 de abril de 2009

CRISIS DE IDENTIDAD


Hacía tiempo que estaba dejando de sentir miedo, pero semejante certeza la descolocaba.
Cuando la vida amedrenta, se anda encogido y no se levanta la vista al frente.

Por eso ahora caminaba erguida y posaba los ojos para diseccionar el mundo. Sabía lo que quería y ponía a prueba su coraje. El valor le hacía desear lo que hasta hace nada le resultaba implanteable y ante cada nuevo reto se lanzaba a conseguirlo. Pero se estaba vistiendo de ansiedad.

Desconocía aquella manera de estar en el mundo y se recordaba a un bebé incapaz de poner límites, porque las delimitaciones nacen, probablemente, de la reflexión, la prudencia y la aceptación. Y ella estaba desentrenada.

La fuerza la estaba destruyendo y necesitaba canalizarla. Por eso su mirada se había congelado desde hace rato en aquellas olas. Rugía la mar y las rocas le devolvían el eco. La luz del atardecer se doraba entre los resquicios del gris acero que encapotaba el cielo. Le hubiera gustado volatilizarse para después reencarnarse.

Y pensó que ella no era aquellos pensamientos; que no era ni sus preocupaciones, ni sus ansiedades, ni sus frustraciones, sueños, esperanzas, sentimientos....La vida sólo estaba allí, en aquel instante marino, que no era sólo aquel, sino cada nuevo momento de cada nuevo presente....

La vida en cada chasquido de dedos; en un aquí y en un ahora.
Tenía que salir del laberinto y empaparse de los restallidos momentáneos...¡Eso era vivir¡, pero sólo a veces lo conseguía....