Hay un momento al comenzar el anochecer en el que reina el silencio. Entonces, se siente tan de cerca la calma que crea expectación. Es el momento de cerrar los ojos y abrirse para empezar a notar el susurro del viento que sale del bosque para ulular en el alma. Es la oscuridad natural que libera. La "enlatada" me asfixia. Por eso, por favor, deja unas rendijas para que entre la luz.

domingo, 23 de junio de 2013

LA ONÍRICA VENTANA





Había decidido perfilar su círculo sagrado. Aquella determinación le estaba trayendo, por fin, paz a unos días de tribulaciones.

No hay peor tormento que pensar que una herida será pasajera.
Y aquella canción se lo había recordado y escupido a la cara.
"Una herida en mi alma que nunca llegó a cicatrizar"  ("Infinito", Enrique Bunbury)

Hay machetazos que lejos de cerrarse no dejan de agujerear y atravesar de parte a parte.
Y si en la desesperación te propones arrancarlo tirando como de una planta , la fortaleza profunda de las raíces provoca un desgajamiento radical, como no podía ser de otra manera.   

Entonces la sacudida de las entrañas es tal que la intensidad del seísmo,
sí, se llevará el dolor de la herida,
pero con ella. la vida del sufriente.

Por eso a las heridas que no paran de supurar no se las debe tocar.
Pero ella creía haber descubierto la manera de engañarlas: con sueños, que las embaucaban, y en el delirio se olvidaban de crecer.
Eran los mantras que ensimismaban a los machetazos en su corazón.

Alimentaba ensoñaciones que narcotizaban sus suturas y en ese ejercicio la vida, la que ocurría a su alrededor, la sentía tan lejana como ajena.
Y es que, ¡pobre ingenua¡,  las heridas del alma sólo se dejan engañar,
si te vampirizan.
Le aterraba esa creencia y de  tanto sentirla pensaba que enloquecería , que la vida la castigaría por tanto soñar.   
Que no se puede pasar una existencia agarrada a los ilusorios colores brillantes de una imaginaria cola de  cometa danzando irrealmente libre a los susurros de un viento inexistente.

Entonces alguien le habló de "su círculo sagrado" que debía completar aquella noche de luna llena.
Y se le abrieron los ojos; también los del alma.
Sintió una maravillosa verdad:
sólo no es real lo que no permanece y sus sueños, la materia de su vida, no la habían dejando ni un instante desde que eligió, a escondidas, asomarse a la existencia desde una onírica ventana.