Respirar el azul del cielo,
las hojas crujientes de roble,
el olor húmedo del barro.
Esquivar la boñiga de un caballo, que ya no está.
Tararear la canción del agua saltarina,
del pajarillo el susto se vuelve vuelo,
jadear,
trepar a una cumbre para ver las demás.
Volatilizarse.
Hacía días que algo insistente,
como una pegajosa resina
la intoxicaba,
desde las escamas de la piel hasta el alma del alma:
el pertinaz conglomerado de fuerzas del subconsciente,
asquerosamente incansable.
Sabía que la arrastraba donde no quería
y, cuando manoteaba negándose,
aún se pringaba más y más,
hasta la misma esencia
adulterada.
En el sonido silencioso de la montaña
escapaba de su corporeidad
y la densa película de resina
se disolvía.
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