Hay un momento al comenzar el anochecer en el que reina el silencio. Entonces, se siente tan de cerca la calma que crea expectación. Es el momento de cerrar los ojos y abrirse para empezar a notar el susurro del viento que sale del bosque para ulular en el alma. Es la oscuridad natural que libera. La "enlatada" me asfixia. Por eso, por favor, deja unas rendijas para que entre la luz.

martes, 27 de mayo de 2008

LOS OJOS DE LA LEALTAD


Aquellos ojos en los que flotar hipnótica;
Creía que la esencia de los seres se acumulaba en una parte de su cuerpo, y sabía que aquélla, pese a su existencia aún infantil, sería el depósito de su extracto humano.

En esa mirada, que se dejaba contemplar, a ella le gustaba perderse y sentirla como un bálsamo....El tiempo se detenía y cuando se paralizaba en aquel instante eterno apreciaba el latido de grandeza que se esconde en los personajes pequeños y que pulveriza la ruindad dominante.

Porque aquella belleza acuosa, tan sumamente original y alejada todavía de adulteraciones, le recordaba que nadie debe hipotecar su alegría , que la dignidad no se vende, pero que serle leal tiene un precio, que ella pagaba a gusto sólo por sentirse merecedora de aquel instante que daba alas a su alma, en combate permanente por resultar liviana y liberarse de lastres : la insoportable pesadez asfixiante de los malditos anclajes.

jueves, 15 de mayo de 2008

EL JARDINERO DE LA LLUVIA


Debajo de la marquesina, esperando,
tú olías la lluvia demasiado mojada,
ellos la piel, la saliva, el calor pegajoso de sus bocas, también mojadas;
besos de repetición
como las metralletas.

Tú, la lluvia que huele a ozono,
ellos, los besos, que saben a síntesis;
eliminación de las fronteras, del yo y el tú, para condensarse en un revoltijo, en ebullición, que se niega a aplacarse.
"Estaré aquí a las nueve en punto" -la garantía de más besos en los que seguir disolviéndose-

Pero tú prefieres la lluvia, porque tuviste los besos y fueron el abono de lo que ahora tienes: un jardinero que recoge las gotas en hermosos recipientes de lluvia.

viernes, 9 de mayo de 2008

Lo grotesco de una autoridad impostada


Odiaba aquel taconeo que hincaba con todas sus fuerzas con la única pretensión de hacerse notar;
eran como los clarines que anunciaban su "excelsa" presencia con requerimiento de alfombra roja;
¡horrorosa¡ e ¡insoportable¡ esa necesidad suya de vanidad; ansiaba que todos supieran lo "imprescindible" que resultaba;

¡Qué zafiedad y qué vulgaridad ¡ Era una pobre infeliz cargada de inseguridades y angustias, que necesitaba de la representación social de la autoridad para sentir simplemente que existía; no le bastaba respirar; era incapaz de entender que la belleza, "lo único que merece la pensa en este asqueroso mundo" , era silenciosa.

Al principio sentía lástima por el estruendo que desplegaba porque sólo era un "sos"; una llamada de socorro de alquien incapaz de ser por sí misma.

Pero ¡aquellos malditos taconeos¡ le reventaban la cabeza; acompañados siempre de tanta altivez, estaban despertando la suya.

El día menos pensado la descalzaba y lanzaba sus tacones al río para que se hundiera su máscara, para que aprendiera a pisar despojada, porque -estaba segura-, sólo el sonido sordo de unos pies desnudos podrían aplacar una ira tan desbocada.

jueves, 1 de mayo de 2008

HORA Y MEDIA



Sabía que los procesos emocionales daban al traste con cualquier ilusión de particularidad de los seres humanos; siempre las mismas fases en no importa qué individuo por muy especial que se pensara; era como ir constatando un manual de psicología...¡Qué trampa la identidad y la personalidad¡

Estaba viviendo el estadio de la rabia, que surge inmediatamente después de la pena. Y le malhumoraba el más mínimo contratiempo.....

- "¿Por qué me ha tocado esto que exige todos los días ejercicio?" -se decía- "podía haberme tocado otra enfermedad que me obligara a estar sentada o tumbada como mínimo una hora y media al día" -que era lo que le gustaba-; "hasta para esto me tengo que esforzar" -sentía que por todo en la vida había tenido que pagar un precio, siempre elevado; jamás le había regalado nada-.

Su lesión cardíaca era congénita.

- "Si continúas sin hacer ejercicio te dará un infarto; es algo grave" -aún le retumbaba aquella voz sonora de una mirada extraviada pegadas a una bata blanca-

El veredicto la hizo salir aturdida y veloz a la calle. En el escaparate vio un posible vestido que regalar a su madre y entró. Se perdía en las explicaciones de la dependienta. Sentía que el flotador de la banalidad cotidiana podía salvarla. Como si columpiarse en los vaivenes superfluos más anodinos le sirvieran para apreciar la vida, y ya añoraba el día que no estuviera para elegir entre "éste más vestido o éste más sport".

En la librería sí compró aquella antología de poesía en la que llevaba un tiempo pensando; sabía que los poetas -viejos prestidigitadores- disponían de remedios para aliviar las almas transidas de pena, como la suya, aunque luego se volvería airada.

En la puerta de la perfumería se clavó en seco. Necesitaba una hidratante; "antiarrugas": ¡qué ironía¡ Si se cumplía la sentencia, su cara no llegaría a arrugarse. Alguna pata de gallo ya tenía, pero en una urna de cenizas esas imperfecciones no se aprecian.

Durante hora y media no pudo dejar de caminar y llenar sus pulmones de vida.