Hay un momento al comenzar el anochecer en el que reina el silencio. Entonces, se siente tan de cerca la calma que crea expectación. Es el momento de cerrar los ojos y abrirse para empezar a notar el susurro del viento que sale del bosque para ulular en el alma. Es la oscuridad natural que libera. La "enlatada" me asfixia. Por eso, por favor, deja unas rendijas para que entre la luz.

sábado, 14 de marzo de 2009

LOS COLORES DEL ALMA



Recordaba un balcón oxidado, con macetas más rojas, como los troncos de la hiedra deshojada que se hincaban en la pared...
Y la luz matizada por el colador de las nubes gris intenso...
con aquella cruz de piedra en lo alto de la ladera,
tapizada por los líquenes amarillentos, oro viejo que se recortaba en el horizonte tormentoso...

Como si la fuerza de un potencial infinito hubiera decidido concentrarse estática sobre el perfil amable de las lomas verdes, siempre ondulantes, sonando a cencerro en aquellas manchas de lana que la atmósfera volvía mucho más pajizas que blancas...

Los colores se saturaban hasta la ensoñación y su alma sólo latía plástica y aborrecía de lo verbal porque las palabras la encadenaban...

Se sintió una silueta en los innumerables matices que van del blanco al negro y sobre el pecho se dibujó un corazón del rojo más descorazonador que pudo.

viernes, 6 de marzo de 2009

GRACIAS



Estaba pasando demasiado frío este invierno y en su bolsillo de las alegrías ya no cabían más agujeros.
Pero se había puesto a remendar.
Con los labios temblorosos por el llanto enhebraba la aguja de estrangular las penas; como cuando un niño harto de llorar se aviene a lo que no queda otro remedio que hacer. Resignación; aceptación o hastío de sufrir.

Y en el proceso de reconstrucción quiso reconciliarse con ella; hacía tiempo que la sentía más cerca...Pensó que a cada uno nos corresponde un momento del día y una atmósfera....A ella se la trajo el viento sur del anochecer envuelta en los gritos de los juegos infantiles y engalanada con una bolsa de cuadros; un cofre de sorpresas que desvelaba entre sonrisas y un incesante charloteo que arrullaba como una manta de mohair. Traía alegría y bálsamo, y un sabor lúdico de la vida que reconfortaba su tendencia nostálgica. Todavía la llamaba para curarse de la melancolía y le aterrorizaba pensar que algún día no respondería...

Pero apartó aquel pensamiento, no le dejó escribirse, y sintió una profunda emoción y agradecimiento por aquella mujer que era su madre.