
Aquella mañana su voz no resultaba pastosa y su discurso aparentaba cierta lucidez en la habitual ofuscación en la que se había acomodado.
Se atiborraba a pastillas porque ahora estaba enfermo, pero primero fue básicamente cobarde. Y eligió la cobardía por simple miedo; pavor a que lo descubrieran vulnerable.
Le gustaba presentarse refinado en lo físico y en lo intelectual. Era una manera de envolverse en los mantos del exclusivismo elitista; el que la sociedad tiene pensado para los triunfadores y los apóstoles del éxito.Fue al principio.
Porque cada vez que vestía el traje de los que están en la cúspide, se volvía más acérrimo vasallo de su ego....; unas ansias de preponderancia, insaciables de vanidad, lo arrastraban, lo volvían un reptil egótico y en su trayecto zigzageante inyectaba veneno a quien se le interpusiera.
Pero era un hombre bueno, y cada noche, cuando ya había guardado su traje de la vanidad, se mortificaba horriblemente; le dolía la saña que hubiera podido inyectar y las palabras y los gestos que lo estaban alejando de su humanidad. Entonces se emborrachaba hasta olvidarlo todo.
El alcohol había destruido su hígado y sus neuronas, y tal vez, su dignidad, incapaz de agacharse a recoger con humildad, como los demás, las cáscaras, las peladuras, que nos va mondando la existencia.
1 comentario:
Más de uno necesitaría aprender lo valiente que hay que ser para ser humilde.
Besos
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