
Estaba pasando demasiado frío este invierno y en su bolsillo de las alegrías ya no cabían más agujeros.
Pero se había puesto a remendar.
Con los labios temblorosos por el llanto enhebraba la aguja de estrangular las penas; como cuando un niño harto de llorar se aviene a lo que no queda otro remedio que hacer. Resignación; aceptación o hastío de sufrir.
Y en el proceso de reconstrucción quiso reconciliarse con ella; hacía tiempo que la sentía más cerca...Pensó que a cada uno nos corresponde un momento del día y una atmósfera....A ella se la trajo el viento sur del anochecer envuelta en los gritos de los juegos infantiles y engalanada con una bolsa de cuadros; un cofre de sorpresas que desvelaba entre sonrisas y un incesante charloteo que arrullaba como una manta de mohair. Traía alegría y bálsamo, y un sabor lúdico de la vida que reconfortaba su tendencia nostálgica. Todavía la llamaba para curarse de la melancolía y le aterrorizaba pensar que algún día no respondería...
Pero apartó aquel pensamiento, no le dejó escribirse, y sintió una profunda emoción y agradecimiento por aquella mujer que era su madre.
3 comentarios:
Precioso...Con esa dulce tristeza que deja lo inevitable.Un abrazo
Lo bueno es que para un "Gracias" a una madre, nunca es tarde.
Un abrazo.
Me ha encantado la imagen de "la aguja de estrangular penas", hermosa, como todo el texto.
Besos
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