
Fue como un restallido en su mente:
aquel vestido rojo
pasión
y aquella espalda girándose
y de frente el espejo de sus ojos
y la silueta rojiza de aquel vestido haciéndose un hueco en la mirada verde,
y el ardor bermejo huyendo del verde rebelde.
Pasó de largo.
En el camino.
"Las penas y las vaquitas se van por la misma senda"
Las penas eran ahora del recuerdo,
y el recuerdo, de su voz,
y su timbre ya sonaba menos rebelde,
y sus ojos se habían dulcificado como los de las vaquitas.
A veces resultan grandullonas y aburridas,
pero en la evocación de su vestido, "rojo triturado", seguro que por los traperos;
en esa remembranza, las vaquitas no eran "de otros", eran las de sus ojos, que un día la miraron como un látigo que no se calla.