
Sería otoño: por la luz que -recordaba- entraba en el portal.
Pero no hacía viento; en invierno, sin embargo, el norte se enredaba en el porche y entonces le decían aquella frase: "cuidado con la corriente"; "es lo peor"
Para ella , a tenor de cómo se lo advertían, acabó por tener un peligro semejante al del "hombre del saco"; ¡Que viene la corriente¡, ¡que viene el hombre del saco¡
Conserva la certeza de que a él lo llegó a ver. Harapiento, con una chaqueta raída de pana marrón bastante más grande que su espalda y un sombrero de fieltro, mugriento; lo descubrió de espaldas, con una barba desarreglada que, intuyó, le asomaba por el perfil. Caminaba tirando de un carro por la carretera general -así la llamaba de niña, cuando casi no había coches ni carreteras-; por la orilla, junto al nogal donde jugaban a "Antón, Antón pirulero" -el de las prendas-
El nogal ya amarilleaba cuando la luz entraba por el portal. En esa atmósfera le dijo : "te pareces a Shirley MacLein" A ella "Irma La Dulce" ni le agradaba ni le disgustaba, pero le entusiasmó que alguien le adjudicara otra identidad.
Estaba harta de parecerse a su madre, cuando sonó el teléfono y no cogió.
Era su madre; treinta años después y seguían doliéndole los mismos conflictos. Amor y odio.
Y recordó la frase que, por la mañana, escuchó de un médico; alguien lamentaba la juventud de un fallecido y el doctor argumentó: "es lo mismo que hubiera tenido ochenta años, su alma también sería joven porque nunca envejece".
La suya, en muchas cosas, seguía anclada en la infancia.