
Recordaba un balcón oxidado, con macetas más rojas, como los troncos de la hiedra deshojada que se hincaban en la pared...
Y la luz matizada por el colador de las nubes gris intenso...
con aquella cruz de piedra en lo alto de la ladera,
tapizada por los líquenes amarillentos, oro viejo que se recortaba en el horizonte tormentoso...
Como si la fuerza de un potencial infinito hubiera decidido concentrarse estática sobre el perfil amable de las lomas verdes, siempre ondulantes, sonando a cencerro en aquellas manchas de lana que la atmósfera volvía mucho más pajizas que blancas...
Los colores se saturaban hasta la ensoñación y su alma sólo latía plástica y aborrecía de lo verbal porque las palabras la encadenaban...
Se sintió una silueta en los innumerables matices que van del blanco al negro y sobre el pecho se dibujó un corazón del rojo más descorazonador que pudo.