
El aire de la mañana le hizo dar un respingo,
se había vuelto caliente en pleno invierno.
Los gorriones del castaño desnudo trinaban, confundidos por la falsa primavera. Sonaban como afónicos:era la evidencia de que aún no habían tenido tiempo de sacudirse la rigidez del frío.
En aquella transmutación térmica, sentía el calor entre la lana y su piel. Llevaba tantos días, meses, aterida que había olvidado que la calidez expande.
Y, ensanchándose, con los golpes de viento sur en su cuerpo, se sintió cerca de los extremos que la limitaban. Dos opciones que venían torturándola pero que aquel calor integraba; como si la dilatación condujera a la unicidad.
Porque, ¿qué más daba elegir? Cambiarían las formas, los colores, los olores, pero seguirían siendo meras esclavitudes. Necesitaba seguir perdiendo para empezar a vivir sin miedo.
3 comentarios:
Vivir sin miedo...Qué plenitud sería no vacilar ante lo desconocido y dejar de vernos atados por nuestras propias inseguridades. Precos tapiz de palabras este que nos tejes. Un abrazo y un placer leerte
Primero pedirte disculpas, he tenido mucho trabajo últimamente y echaba de menos tu escondite.
Segundo, darte la razón: qué necesario es a veces perder para verlo todo distinto...
Sólo cuando has perdido, eres capaz de dejar atrás el miedo y echarte a volar...
Besos
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