Debía olvidarse de quién era.
Sólo así sería capaz de cruzar el umbral.
Los disfraces se pegan tanto a los poros que se confunden con la piel.
Y hacerlos jirones es como dinamitarse.
En cada explosión se volvía menos ella
y más perdida.
Un camino hacia una amnesia tan purificadora como desgarradora.
Porque a los saboteadores de tanta compañía
se les acaba haciendo un sitio.A veces el mejor de los acomodos.
Ocurre cuando se vive en la batalla y ella se había acostumbrado a coleccionar derrotas.
En la entrega hay un dulce sabor amargo. Después de años y años sabía cómo las lágrimas escuecen pero también curan. Y no le era en absoluto extraño sentirse insuficiente, abandonada o intensamente vulnerable.
Con sus miedos se sentía atractiva. Un encanto fatal que rezuma el sufrimiento mientras estruja los sueños. Como si su dolor la coronase de la perversa belleza que aflora de las cavernas del alma cuando el llanto nos muestra tan desvalidamente humanos.
Ahora debía plantar a sus compañeros de desgarro. Y sin debilidades se sentía frágil.
Sospechaba que sin boicoteadores tampoco tendría sueños.
Los había ido tejiendo para despistarlos.
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