Hay un momento al comenzar el anochecer en el que reina el silencio. Entonces, se siente tan de cerca la calma que crea expectación. Es el momento de cerrar los ojos y abrirse para empezar a notar el susurro del viento que sale del bosque para ulular en el alma. Es la oscuridad natural que libera. La "enlatada" me asfixia. Por eso, por favor, deja unas rendijas para que entre la luz.

lunes, 4 de marzo de 2013

EL GOZO DE SENTIRSE PROFUNDAMENTE CAMINANTE


Hacía unas horas que lo acababa de descubrir y no cabía en sí de gozo.

Era como si nudos de muy adentro se hubieran deshecho y al aflojarse le brotaban las lágrimas, no por el dolor, sino por la energía que había estado perdiendo.

Se sentía como partícipe de una fuente de amor universal. Y siempre había estado ahí: en su interior. ¡¡¡ Qué ceguera más brutal, que la había llevado a mendigar ese sentimiento fuera cuando habitaba en lo más hondo de su ser¡¡¡

Con ese combustible inagotable se sentía verdaderamente extraordinaria  con una fuerza ilimitada porque había empezado a deshacerse de la coraza con la que se suelen perseguir los sueños y las metas.

Un armazón que a menudo esclaviza con la obsesión y la angustia por el logro. Entonces el caballero de la armadura cabalga por los paisajes más espectaculares del mundo sin verlos. Incapaz de dejarse sobrecoger por el color rojizo de un amanecer, o sentir en la piel la huella de una racha de viento que sueña o descubrir un cruce de caminos inesperado y elegir a golpe de corazonada.

Ésa acabada de ser su gran revelación. La auténtica pasión que llevaba tiempo buscando no se resolvía en sí misma porque en cuanto le pusiera una etiqueta la apresaría y las pasiones se desatan en libertad.

Su dicha era el camino y sabía, poque lo acababa de sentir profundamente, que el sendero siempre sería apasionante: en los momentos de placidez, en los instantes de belleza, en los de compañía impagable, en los de soledad, en los de desasosiego, en medio de un temporal, cuando cayera en la cuneta, cuando la calentaran los rayos del sol, cuando un día , también, volviera a ser el polvo de un camino.

Era una tremenda certeza que aquella mañana la estaba llenando de amor y tenía el  pálpito de que ya nada volvería a ser igual. Se sentía caminante hasta lo más profundo de su ser y sabía que los caminos se hacen al andar.



 



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