Hay un momento al comenzar el anochecer en el que reina el silencio. Entonces, se siente tan de cerca la calma que crea expectación. Es el momento de cerrar los ojos y abrirse para empezar a notar el susurro del viento que sale del bosque para ulular en el alma. Es la oscuridad natural que libera. La "enlatada" me asfixia. Por eso, por favor, deja unas rendijas para que entre la luz.

viernes, 15 de febrero de 2013

LA SOLEDAD DEL CAMINO OLVIDADO

A las cuatro de la tarde. Era un camino a la felicidad.
Una antesala a un estado sublime que iba consumiendo paso a paso.

El frío le acariciaba la cara mientras el corazón le galopaba y respiraba
profundamente para que la dicha que conseguía rebañar con aquella aspiración
llegara a la última de sus células y un día la revivieran.

A las seis de la tarde, de vuelta, era un camino al desamparo.
Una sensación de pérdida que siempre se le manifestaba en una obcecada tristeza.
Entonces la lluvia se confundía con sus lágrimas y la obligaban a bajar la cabeza,
a acurrucarse en el calor del eco de las últimas palabras.

Después de semanas de idas y vueltas, a las siete de muchas tardes después, sentía que ya no había caminos para ella, que hasta la más insignificante de las veredas se le había borrado.

Entonces se asomó a la ventana y tras el cristal se dejó llevar por el arrebol del atardecer.
Y pensó en el árbol centenario o milenario
tan solo a la orilla del camino
que seguro más de una vez sintió
que nadie pasaba a su vera porque
aquel sendero ya no estaba en ninguna ruta
y los caminantes lo habían olvidado.

Así se sentía ella:
apartada de las rutas del corazón de los humanos.

Pero también sabía que al viejo árbol, inmóvil en su desesperanza,
siempre le acababan llegando los brotes de primavera.
Y con las hojas, resurgían los pájaros, y con las aves, el jolgorio.   
Y en ese ambiente vital podía soñar con que la sombra que proyecta en verano
un caluroso día refrescara a quien una vez
le palpó con las manos su viejo corazón de madera.

Ella también esperaba otra estación
con otra luz, distintos sonidos, otros colores
que le permitieran seguir soñando como el árbol,
a la vereda de un sendero con unas manos.  

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