
Sabía que una salvaguarda era levantar los ojos al cielo. Pero nunca le había gustado volatilizarse en las alturas..
Lo suyo no eran los sistemas mitológicos diurnos sino los nocturnos.
Acurrucarse en los recovecos de una cueva.
Buscar las entrañas profundas de un descomunal viejo tronco de roble.
Bañarse en la luz de la luna o perderse en la voz del cárabo.
Cavidades uterinas. Referentes matriarcales quizá porque un día anheló ternura materna. Reprochó su ausencia a veces con ira. Pero sólo fue al principio.
Ahora respiraba perdón que es lo que iguala las almas y humaniza los errores e incapacidades: los propios y los ajenos. Y nos pone en la misma senda.
Y fuera castigaba la tormenta. En la juventud los truenos casi siempre retumban lejanos. Pero en la madurez calcinan sin piedad lo que está a la puerta, y no es raro que se cuelen dentro.
Pero se había hecho un ovillo en el hueco de aquel tronco.
Justo donde arrancaban las ramas.
¡¡úuhúuh-úuh!! El cárabo la seguía acunando en su reino mitológico de la noche.
1 comentario:
La noche y la posición fetal. ¿Quién no ha tenido alguna vez ese miedo?
Un saludo.
Publicar un comentario