
Fue como un restallido en su mente:
aquel vestido rojo
pasión
y aquella espalda girándose
y de frente el espejo de sus ojos
y la silueta rojiza de aquel vestido haciéndose un hueco en la mirada verde,
y el ardor bermejo huyendo del verde rebelde.
Pasó de largo.
En el camino.
"Las penas y las vaquitas se van por la misma senda"
Las penas eran ahora del recuerdo,
y el recuerdo, de su voz,
y su timbre ya sonaba menos rebelde,
y sus ojos se habían dulcificado como los de las vaquitas.
A veces resultan grandullonas y aburridas,
pero en la evocación de su vestido, "rojo triturado", seguro que por los traperos;
en esa remembranza, las vaquitas no eran "de otros", eran las de sus ojos, que un día la miraron como un látigo que no se calla.
3 comentarios:
Me alegra pensar que no soy el único que piensa en la mirada dulce de las vacas.
Me ha encantado el poema. Y si de verdad te sirvieron mis palabras la alegría es doble.
Un abrazo, ánimo y cuenta con la lluvia para lo que quieras.
El rojo debe estallar como una bengala nocturna en una mirada verde, es algo imposible de no mirar... aunque seas una humilde vaquita.
Me ha encantado este poema pero eso no es nada raro :)
Besos
el rojo reestalla en todos los ojos..
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