
Se asomó a la barandilla de su alma y el cielo estaba azul;
con uno de sus ojos, pintaba colores; y con el otro tenues movimientos;
Pero había tanta luz que decidió entornarlos.
Entonces, aquellos labios musitaron algo...
El susurro le cosquilleó en la oreja e intuyó el aleteo de los patos que volaban de regreso al río.
El chapoteo le hizo sentir el agua que se fue convirtiendo en regato;
gustosamente helador, prístino; porque el frío es pureza;
y la recorría por dentro; iba arrastrando las inmundicias que se habían acantonado en los recovecos de sus entrañas; notaba que la corriente le arañaba sedimentos obstructores...
Se percibió liviana, como la pluma de los ánades: ligera y pura.