
Sentía como si se estuviera enviando paquetes a sí misma;
compraba el papel de embalar más resistente,
la cinta más adhesiva;
escribía primorosamente la dirección....
Y cuando lo recibía se alegraba con resignación;
le entusiasmaba abrir paquetes, aunque fueran suyos, por culpa de aquella neurona de la esperanza que se negaba a abandonar su cerebro;
en un momento fugaz, la convencía y le hacía creer que encontraría otra cosa, algo en lo que se hubiera transmutado el envío; algo que hubieran colocado otras manos que no fueran las suyas, algo que la sorprendiera, o mejor algo que le enviara ternura de alguien capaz de darla.
Pero todo estaba perfectamente colocado: las mismas cosas en el mismo orden en que ella las dejó....Sin sorpresas...Con ausencias....Así sentía su vida....A veces....