
Hacía ya tiempo. Cada vez que se ponía ante el espejo sólo veía aquel entrecejo, cada día más afianzado. Una i griega, conjunción copulativa, que no hacía de nexo de nada; aislaba simplemente un punto de atención visual que le había empezado a obsesionar.
Al principio lo achacó al cansancio; pero pronto se dio cuenta de que se había integrado en su faz. Era la vejez asomando "la patita". Empezó a atar cabos y comprobó que ya no era blanco de miradas atractivas, al menos para ella; ni en el autobús, ni en el trabajo, ni en la calle.
El tiempo, "el implacable, el que pasó", la estaba apartando del "mercado de la carne"; "Tú ya no", y para que no lo olvidara le había marcado el entrecejo, como los judíos señalaron sus puertas con la sangre de un cordero.
Había llegado el momento de empezar a deshacerse de la máscara; persona en griego significa eso, máscara; aprovechando el deterioro, desquitarse del embozo, y empezar a cargar consigo misma. Que al final, sólo eso es la vida.