
Se sintió clamando por aquella otra boca.
Como si su dolor hubiese encontrado la palabra perfecta en una garganta extraña.
Con sus mismos claroscuros. Con idénticos timbre y emoción.
Como si alguien estuviera vibrando con la clave secreta de su nostalgia.
Entonces, tras una cortina de lágrimas, se destapaban las cajas de sus secretos.
Salían a pasearse ansiosos de oxígeno vital.
Ya habían aceptado que su lugar estaba entre la seda que tapizaba aquellos pequeños contenedores pero, sólo de vez en cuando, necesitaban estirarse, desplegarse y llenar con su presencia un universo al que habían renunciado, pero no a la idea de que en una ocasión ellos también pudieron haber sido. Pero la cobardía es mal asunto "para los hombres y los amantes".
Y volvió a ocurrir lo de siempre.
Cuando en aquellas escapadas, esos elementos de melancolía se envalentonaban y eran capaces de mirar de frente al espejo de los fracasos, el cristal se hacía añicos, los elementos melancólicos se espantaban y volvían como una exhalación a las entretelas sedosas del fondo de sus cajas.
Entonces ella se culpabilizaba. Había vuelto a ser demasiado ingenua y ese algo que no sabía cómo llamarlo, pero que siempre actúaba, la había vuelto a poner en su sitio. "Nada es lo que a tí te parece. Nada es tan prístino como pretendes"..
Era un alma que ya envejecía y se había acostumbrado a aquellos procesos.
Pero en lo más profundo de su ser sabía que las cajas de sus secretos volverían a destaparse y airearse y a intentar invadir espacios. Quizá lo que debería aprender es la firmeza necesaria para dejar claro que aquellos espacios ya no les correspondían. Había otros habitantes que preservar.