
Necesitaba sentirse molécula de agua, átomo de viento, electrones de huracán.
Agarrarse a un rabo de nube para que la arrastrara la tempestad, que la bamboleara para comprobar que su veleta no estaba oxidada.
Que el viento no se parara hasta llevarla a una oquedad caliente en un tronco ancestral donde sólo entrara un rayo de luna y la cubriera la piel de la suavidad.
Y que siguiera el aguacero para no volver a pisar el suelo y con los pies descalzos en el aire empezar a sacar la cabeza...
Y que el vendaval le revolviera el pelo hasta la raíz de las contradicciones que le enredaban un cráneo a veces de poeta y otras muchas de basura.
Y cuando olió a ozono y escuchó el golpeteo de las contraventanas quiso pensar que la tormenta venía a tenderle la mano.