
Hay verdades que se saben tanto como se callan.
Aquella vez tampoco le pondría palabras, pero la estaba tocando con las yemas de los dedos...La verdad se había empezado a quedar entre sus manos....Pegada a los aromas aceitosos del romero.
Amasaba una piel tan conocida y cercana como la propia, porque sabía de sus cicatrices y de sus perfecciones...No porque la hubiera escrutado...Sólo la había vivido, pero ¡hacía tanto tiempo¡ ¡y el discurrir del tiempo es tan ladrón¡, ¡y roba tantas sensaciones¡, ¡y las emociones muertas alejan tanto¡
El tacto le estaba devolviendo un universo no sé si perdido, pero sí desleído de tan teorizado, de tan recluido en declaraciones de principios, de buenos sentimientos y de mejores prácticas....
Aquella piel la estaba resucitando de sólo amasarla...Porque no había canal más directo, mayor ósmosis que la de la piel contra la piel. Y tanteando aquel tegumento fue descorriendo velos, uno tras otro, sin más esfuerzo que el de la caricia, hasta que sintió aquel calor: el de la verdad....Nadie la recordaría ni por lo que hizo ni por lo que dijo, sólo por cómo la hizo sentirse.