Cuando flaqueaba se sentía como si pegara la nariz a un gran cristal tras el que se alejaba el mundo. Todo se volvía acuoso y lento y le gustaba esa sensación de espectadora desapasionada. Sobre todo, porque solía ocurrir después de alguna tormenta.
La última era vieja -tanto como el aire que respiraba- pero le había vuelto a extenuar. No soportaba sorprenderse vegetando, desperdiciando la luz, y aquel rítmo rutinario la estaba dejando sin sabores, sin olores, sin sonrisa....Cuanto más lo sentía, más se alienaba y caía rendida a los pies de sus fantasmas. Conocía sus ademanes y sus argumentaciones futiles que la hacían sufrir. Duraban días aquellos combates hasta que algo pequeño le hacía parar; entonces empezaba a sentir y apreciar el don de la vida; nada había tan importante como sentirse viva. Cuando vencía, ése solía ser el apasionante botín de la refriega.
Luego, necesitaba degustarlo y pegaba la nariz a un gran cristal tras el que se alejaba el mundo.
2 comentarios:
Cuando la vida tiene sentido aún en el dolor, aún en la soledad y en la desesperanza, nada ni nadie nos quitará la fuerza por mínima que sea para seguir vivos.
Un texto precioso, en tu línea.
Gracias, Eli. El otro día leí algo acerca de una teoría de las vibraciones. Creo que en el diapasón de la vida, nos han afinado en escalas semejantes.
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