Hay un momento al comenzar el anochecer en el que reina el silencio. Entonces, se siente tan de cerca la calma que crea expectación. Es el momento de cerrar los ojos y abrirse para empezar a notar el susurro del viento que sale del bosque para ulular en el alma. Es la oscuridad natural que libera. La "enlatada" me asfixia. Por eso, por favor, deja unas rendijas para que entre la luz.

domingo, 24 de enero de 2010

LA MIRADA AFÍN DEL PETIRROJO


Le gustaba acurrucarse en la cama mientras afuera todo se licuaba;
sentía cómo las gotas labraban el barro y cómo caían del alero a un ritmo hipnótico sin principio ni fin, como uno de esos bucles interminables.

La lluvia se le acababa filtrando en el cráneo y colándose entre los resquicios neuronales. Entonces le gustaba imaginar una corriente purificadora, una avenida catártica capaz de arrastrar los lodos enfangados que desde hace tiempo condenaban a su alma a vivir en un principio de hipoxia continua. Y visualizaba aquella avalancha sanadora desembocando por sus pies.

Entonces se acordó del petirrojo que un día se le acercó cuando se refugiaba de la lluvia bajo la roca....La primera aproximación fue esquiva, pero luego se fue acercando cada vez más hasta tenerlo a un palmo de su cara. Y entonces se encontró con sus ojos azabache y su papada roja y le resultó tremendamente afín, mucho más que esos rostros humanos que hace nada le dijeron "ven, síguenos, pero deja tu felicidad en la puerta porque sólo así alimentaremos la nuestra".

Había escampado y regresó al camino....El petirrojo entonces voló como diciéndole "siempre hay que volver a empezar".