Hay un momento al comenzar el anochecer en el que reina el silencio. Entonces, se siente tan de cerca la calma que crea expectación. Es el momento de cerrar los ojos y abrirse para empezar a notar el susurro del viento que sale del bosque para ulular en el alma. Es la oscuridad natural que libera. La "enlatada" me asfixia. Por eso, por favor, deja unas rendijas para que entre la luz.

viernes, 13 de noviembre de 2009

LA MANO DE LA TORMENTA


Necesitaba sentirse molécula de agua, átomo de viento, electrones de huracán.
Agarrarse a un rabo de nube para que la arrastrara la tempestad, que la bamboleara para comprobar que su veleta no estaba oxidada.

Que el viento no se parara hasta llevarla a una oquedad caliente en un tronco ancestral donde sólo entrara un rayo de luna y la cubriera la piel de la suavidad.

Y que siguiera el aguacero para no volver a pisar el suelo y con los pies descalzos en el aire empezar a sacar la cabeza...

Y que el vendaval le revolviera el pelo hasta la raíz de las contradicciones que le enredaban un cráneo a veces de poeta y otras muchas de basura.

Y cuando olió a ozono y escuchó el golpeteo de las contraventanas quiso pensar que la tormenta venía a tenderle la mano.