Hay un momento al comenzar el anochecer en el que reina el silencio. Entonces, se siente tan de cerca la calma que crea expectación. Es el momento de cerrar los ojos y abrirse para empezar a notar el susurro del viento que sale del bosque para ulular en el alma. Es la oscuridad natural que libera. La "enlatada" me asfixia. Por eso, por favor, deja unas rendijas para que entre la luz.

sábado, 30 de agosto de 2008

"SU PASMO NO ES TRANSITORIO"


Evitaba las conversaciones. Le suponía un triunfo seguirlas, articular palabras que no le salían o, a veces, brotaban inconexas,equivocadas y no estaba dispuesta a observar y padecer el aturdimiento del interlocutor. Así que se refugiaba en el aislamiento.

Era a lo que le estaba abocando aquella ralentización cerebral. Se recordaba a los movimientos pesados de los astronautas en ausencia de gravedad; una especie de estado narcótico neuronal que no le disgustaba del todo.

El embotamiento le servía para alejarse y a medida que tomaba distancia todo se desdibujaba, por su cuadro soporífero, y por qué ocultarlo, por su astigmatismo galopante. Pero de la incipiente vejez que la asediaba prefería no hablar.

Cuando lo que no agrada pierde sus contornos a la vista, es como si se borraran; entonces se pueden redibujar recuperando formas deseadas, y cuando se entra en el mundo de los deseos cumplidos, nadie quiere salir del embeleso.

Por eso le preocupaba aquel pasmo que, por puro deseo, empezaba a dejar de ser transitorio.

lunes, 18 de agosto de 2008

ME DUELE EL ENFADO DE TU ANGUSTIA



Parecía que le ocurriera algo. Le estaba dejando sin habla y con mal humor.
Cualquier contratiempo le exasperaba y daba la sensación de que su entorno le hastiara, aunque los motivos que le pudieran dar fueran los de siempre.

Era como si se estuviera sumiendo en una agonía mortificante. Y lo comprobó cuando le scuchó aquella frase: "Igual este año es el último". Cuando la pronunció ella tuvo que tragarse las lágrimas.

Aquella voz la había salvado de muchos naufragios; fue y era su salvavidas infinidad de veces, aunque otras resultaba el lastre que la arrastraba al fondo. Porque antes también fue autodestructivo; no era nuevo aquel aislamiento que le enfadaba con él y con el mundo; quizá ahora resultaba más persistente. Como si se estuviera convirtiendo en un inquilino de los de por vida.

A veces era rosa, y otras espino, y con los años ella comprendía que las espinas al primero que le oprimían y le asfixiaban era a él.. Por eso aquella parquedad de casi todo lo expresable, menos el enfado.

Pero es que la vida le estaba arrebatando amigos y hermanos...Hay un momento, "en la prórroga" -como él se empeñaba en decir- en que el tiempo se vuelve cruel y te recuerda la cuenta atrás expoliándote lo que te ha servido para otorgarte un lugar en el mundo; es como si te fuera dejando sin referentes coetáneos para decirte con brutalidad que "tú también estás de más".

Y a él -ella estaba segura- aquella impiedad le producía amargura. Y a ella la bloqueaba, porque le gustaría decirle:

"Si te pones así, sé que tu final será el mío,
porque para mí eres la dignidad,
la nobleza,
el ejemplo de lo que hay que hacer,
el valor de la palabra, cuando se pronuncia, y, sobre todo, cuando se sabe callar;
por eso, siempre he buscado el verde de tu mirada, aunque desde hace un tiempo, la oscurece el ceño de tu angustia"

jueves, 7 de agosto de 2008

LA LETRA DE UNA CANCIÓN


Siempre creyó en el poder de la música, y aquella canción, tantas veces oída hace bastante tiempo, la estaba despertando.

El lenguaje musical era el único que no se le vacíaba de tanto usarlo; los demás sí, se le licuaban hasta no decirle absolutamente nada. ¡Qué huecas se le habían vuelto algunas palabras¡

Con aquella melodía estaba tomando conciencia física de su existencia. Aunque así dicho -otra vez la vacuidad de las palabras- pueda parecer una perogrullada.

Se palpó los ojos: con ellos había podido disfrutar de aquel rostro hermoso, esa mañana; deleitarse en su contemplación desde la distancia. Se estaba aficionando a escrutar facciones agraciadas cuando se las mostraba la belleza. Se sorprendía de lo estimulante que resulta lo atractivo

Y sus oídos: le habían permitido escuchar el dolor ajeno, y sentirse congénere en la compasión, y reconciliarse por un momento con aquella alma en pena, que se estaba comportando con dignidad y resultaba serena. Los ecos de la serenidad en sus oídos; se afanaba en registrarlos, que formaran parte de su banco de sonidos, para cuando le fueran necesarios.

También se tentó la boca y le emocionó lo que le permitía expresar....A veces comunicaba....y cuando este fenómeno es exitoso se produce una comunión: con el mundo de los significados que se alojan en el cerebro propulsados desde el corazón -aunque últimamente pensaba más que desde el vientre, dos dedos debajo del ombligo- y una comunión también con el universo de la boca que se tiene enfrente, en ese momento cerrada, pero dispuesta a abrirse, cuando sea su ocasión.

Con la letra de aquella canción, celebraba que ¡¡¡ESTABA VIVA¡¡¡¡¡

viernes, 1 de agosto de 2008

CON HUMILDAD



Aquella mañana su voz no resultaba pastosa y su discurso aparentaba cierta lucidez en la habitual ofuscación en la que se había acomodado.

Se atiborraba a pastillas porque ahora estaba enfermo, pero primero fue básicamente cobarde. Y eligió la cobardía por simple miedo; pavor a que lo descubrieran vulnerable.

Le gustaba presentarse refinado en lo físico y en lo intelectual. Era una manera de envolverse en los mantos del exclusivismo elitista; el que la sociedad tiene pensado para los triunfadores y los apóstoles del éxito.Fue al principio.

Porque cada vez que vestía el traje de los que están en la cúspide, se volvía más acérrimo vasallo de su ego....; unas ansias de preponderancia, insaciables de vanidad, lo arrastraban, lo volvían un reptil egótico y en su trayecto zigzageante inyectaba veneno a quien se le interpusiera.

Pero era un hombre bueno, y cada noche, cuando ya había guardado su traje de la vanidad, se mortificaba horriblemente; le dolía la saña que hubiera podido inyectar y las palabras y los gestos que lo estaban alejando de su humanidad. Entonces se emborrachaba hasta olvidarlo todo.

El alcohol había destruido su hígado y sus neuronas, y tal vez, su dignidad, incapaz de agacharse a recoger con humildad, como los demás, las cáscaras, las peladuras, que nos va mondando la existencia.